Es un artículo de Ferrer Maizondo Saldaña, aparecido en Literatura
Chinchana
Lo publicamos con su autorización.
APRENDIENDO EN
CASA
La casa es la
nueva escuela. La sala, el salón de clases. La mamá, de profesora. Todo está
cambiando con la pandemia. En las mañanas, clases; durante las tardes, tareas;
y, la noche, reporte de actividades que desarrolla el niño.
Tenemos que
informar en detalles. Algunas veces es desesperante. Ocurrió con la última
tarea que encargaron hace dos días a Marcos Antonio, mi menor hijo. Primer
grado de Primaria. La profesora solicitó que fotografiara al niño, inflando un
globo, para demostrar que participa de las clases virtuales.
¿Un globo?
Dónde conseguir un globo en medio de la tercera semana de emergencia sanitaria,
si por mi barrio solo atienden farmacias y panaderías.
Mientras mi
esposa seguía apoyando al niño con las otras tares de matemática, comunicación,
religión y robótica, me alisté para salir en búsqueda del globo. Olvidé del
“Quédate en casa”, y la promesa que hice a mi madre y hermanos, que por ningún
motivo saldría a la calle. Así haya terremoto. Ni me acordé del sobrepeso y los
indicios de diabetes que me afectan. Con el apuro y los olvidos, antes de
salir, tomé, para darme valor, una copa de pisco acholado, cepa chinchana.
Con
mascarilla, guantes, gorra, anteojos y un pequeño pomo con alcohol en el
bolsillo, corrí hacia el mercado Las Flores de Breña, establecimiento más
cercano. Encontré solo puestos de abarrotes, verdulería y frutas. Carnes, pollo
y pescados. Pregunté, volví a preguntar
e insistí si alguien vendía globos. Recibí miradas fuertes y fijas. Miradas de
sorpresa y temor. Nadie mantenía distancia. Todos compraban apurados, nerviosos
y recelosos. Aceleré el paso, caminé unas cuadras más, hasta el
supermercado. Directo a la sección de
librería. Donde antes había cuadernos, fólderes, papel, lápices y plumones,
ahora estaba abarrotado de cervezas y papel higiénico.
Retorné a casa
con la esperanza de encontrar en el camino una bodega de barrio que
atendiera. La mayoría cerradas. Pregunté
en dos o tres de ellas, y tuve de respuesta un monótono y triste:
- Se acabó, caserito.
En las calles
bulliciosas de antaño solo percibí señales de soledad, incertidumbre y miedo.
Miradas de pánico. La gente caminaba como pisando el aire, llenas de
desesperanza.
Al retornar
con la mano vacía, mi esposa me llamó la atención.
- Te demoras
un montón. Como siempre, no encuentras las cosas.
Felizmente se
calmó. Ella no puede, ni debe renegar, su salud no le permite. Ordenó que vaya
a lavarme la mano. Aquel día comprobé que se acabaron las palabras y tonos
dulces.
Llamamos a la
profesora. Respondió a la primera timbrada. Siempre atenta ella. Explicamos que
no encontrábamos un globo en todo el barrio. Se le percibía nerviosa. Pidió,
por favor, que tratemos de conseguir. Explicó también que está elaborando el
informe pedagógico diario requerido por la UGEL, cuya matriz contiene
actividades, tareas, logros, dificultades y productos.
Subí los cinco
pisos del condominio donde residimos. Toqué la puerta de los sesenta vecinos. A
todos, con las disculpas anticipadas, explicamos nuestro apuro. Nadie tenía un
globo. Respondían asustados. No faltó
uno que otro vecino, que solo hizo un movimiento de negación con la cabeza a
través de la ventana.
Volvimos a
llamar a la profesora. La sentí alterada al inicio. Segundos de pausa. Como si
hubiese tomado aire o agua, pidió casi implorando que cumplamos con la tarea.
- Los de la
UGEL están exigiendo que presente, antes de las seis de la tarde, la foto de
todos mis alumnos, cogiendo un globo.
No
encontrábamos globo. Cinco de la tarde. Mi hijo llorando. Todos nerviosos en
casa. Hasta la mascota estaba erizada. Se me ocurrió ir al dormitorio, y sacar
uno de los preservativos que tengo escondido en el cajón de la cómoda,
pintarlo, inflarlo y que el niño se tome la foto.
Un suave golpe
en la puerta del departamento me hizo desistir. Salí apresurado y me topé con
una vecina que, sin hablar, escondiendo la cara, estiraba la mano alcanzando un
globo. Casi la abrazo y beso a mi guapa vecina, el COVID-19, me contuvo. Cogí
el globo con la punta de los dedos y lo introduje en el lavatorio que contiene
agua con cloro. Sequé. Para mayor seguridad le eché alcohol.
Tomamos varias
fotos al niño cogiendo el globo. Qué felicidad. Una foto con poco aire; otra,
medianamente inflado; una final, acumulada de aire y a punto de explotar.
Mientras mi hijo posaba tomándose la foto, yo imaginaba mil cosas. Desde que se
reviente el globo antes de la foto o que no se pueda inflar porque salía aire
por un orificio.
Concluida la
sesión fotográfica, seleccionamos y enviamos vía wasap la que creíamos la mejor
toma. La docente confirmó recepción con el emoticón del dedo gordo levantado.
Nosotros contentos con la profesora porque además de dominar matemática y
comunicación, enseña a soñar a los niños. Siempre sonriente. Alegre. Cariñosa.
Creativa. Recibía a sus estudiantes con los brazos abiertos. Una docente que entrega su tiempo, paciencia
e ilusión. Me hace recordar a mis maestras Hipólita Cárdenas de Educación
Inicial. A la caritativa y recta Zunilda Patiño. A la bondadosa y luchadora
Romelia Altamirano
Eran las diez
de la noche, estábamos con las noticias diarias de contagiados, muertos e
incinerados. El noticiero es el único horario que respetamos; las comidas y los
sueños han perdido horario. Los locutores repetían y volvía a repetir el drama
de una familia que con mucho dolor velaban las cenizas de un familiar fallecido
hace par de días. Parecía que los periodistas gozaban del dolor familiar. Un
conocido periodista, de nariz hiperbólica, encargado de las noticias tristes y
crueles de la mañana, estaba disfrutando en la noche con la tragedia humana.
Los reflectores enfocaban una y otra vez a la humilde familia. Cuando estaban
en pleno velorio, con el cofre de cenizas en la sala, con el corazón quebrado,
llenos de lágrima, dolor y soledad, habían llegado los del Ministerio de Salud,
preguntando por la viuda y todo ceremoniosos le dijeron que traían los restos
de su valeros esposo. Dos cofres de
ceniza en la mesa de sala. No sabían ahora a quién velar y por quien llorar.
La noticia
estaba en su mayor tensión, cuando timbró el celular. Era la profesora. Había
un error en la foto, detectado por los especialistas de la UGEL. El globo debía
ser de color verde, y no rojo como evidenciaba lo enviado. Verde, porque en el
plan de recuperación de clases presentado por el colegio a la UGEL, el aula se
identificaba con el color verde. En tal razón, debíamos tomar una nueva foto,
con el globo del color solicitado.
- Pero,
profesora, usted nos pidió solo una foto del niño inflando un globo. No había
mayor detalle.
No entendíamos
que pasaba. La profesora siempre motivada, creativa y de constante apoyo emocional para los
niños, solo respondió:
- Sí, pero,
los de la UGEL, dicen que no es válido. Tiene que ser un globo verde. No
aceptan de otro color para que no se confundan con los niños de las otras
aulas.
Teníamos media
hora para cumplir la tarea. El niño empezó a llorar, y, todo ansioso, solo
atinó a decir:
- Tiene que
ser como dice la miss. Ella me pone una carita feliz cuando yo cumplo mi tarea.
Miré el rostro
de mi hijo y el mundo se acababa. Trate de calmarme. Otra copa de pisco, pisco
puro, aroma inconfundible.
Pensar que a
diario tenemos que apurarlo con sus tareas porque nosotros también necesitamos
trabajar con la computadora. Y, cuando vuelvo a recordar lo que escuché ayer en
plena clase, casi me da un infarto. La profesora había ordenado que durante la
sesión de aprendizaje ningún niño se aleje de la pantalla. Eran órdenes del
director del Colegio. El Padre Crispín, un español, formado en Alemania,
monitoreaba la participación de todos los alumnos del colegio y, algún acto de
indisciplina era motivo para convocar a los padres de familia. Pero, mayor es
la necesidad biológica del niño. Mi hijo, sí, mi hijo, pidió permiso a su miss,
para ir al servicio higiénico. ¡Estos niños! ¡Dios mío!
El tiempo
ganaba. Mi esposa wasapeaba a una y otra, y otra más de sus amigas. Cuarenta
mamás y muchos papás, en diferentes lugares, con el mismo apuro. No faltó una
mamá que le dijo que recién se enteraba de la tarea. Estamos en días de cruel
egoísmo. Sálvense quien pueda. Buscando a quien echar la culpa de las
desgracias.
Salía en
búsqueda de mi buena vecina, cuándo ingresó una nueva llamada de la profesora.
- Señores
padres de familia, el especialista de la UGEL dice que tiene el encargo del
especialista de la DRE que la foto tiene que ser no solo con el globo verde,
sino también que el niño debe estar uniformado. Péinenlo bien, por favor. No
demoren. La foto será enviada al Ministerio de Educación para confirmar que los
niños están aprendiendo en casa.
Ferrer
Maizondo Saldaña
huachosperu@gmail.com