Ha pasado ya 1 año del terremoto que en enero del 2010 terminó agravando la tragedia crónica en la que vive la hermana república de Haití.
Este país lo conocimos a través de Jack, un joven haitiano que vivía exiliado en Europa, quien nos narraba no sólo las paupérrimas condiciones vida de su pueblo sino la relación entre sus gobernantes y el pueblo.
En general, vivir fuera de su país hace que los jóvenes de diversas nacionalidades se junten periódicamente para traer al recuerdo sus historias; y dependerá entonces de la extracción social de ellos y su afinidad ideológica para saber sobre qué aspectos de la vida se haría énfasis en la conversación.
Este era el caso de los jóvenes latinoamericanos de aquella época, quienes hacíamos tertulia en las noches reunidos en algún café contando cosas de nuestros países. Jack hablaba francés (Natalie traducía).
Por eso, cuando los cables internacionales remecieron al mundo con la noticia del terremoto de Haití y a través de la televisión podíamos apreciar “en vivo y en directo” la tragedia de ese pueblo que perdía todo lo que en su pobreza crónica tenían y clamaban por comida y vivienda nos quedamos consternados sobre los efectos que en un futuro próximo tendría sus gentes.
Yo tenía la experiencia reciente del terremoto que afectó al sur chico de Perú, donde con los estudiantes de enfermería de la Universidad de San Marcos viajamos a Chincha para hacer in loco nuestra clase del curso de Epidemiología y pudimos ver con ellos lo horrible que es la destrucción de los hogares y sus consiguientes efectos económicos sociales. Se pierde la propiedad y también las fuentes de trabajo, pasando a depender casi exclusivamente de la ayuda externa para vivir en condiciones no apropiadas grupalmente en campamentos, comiendo en ollas comunes, con el fantasma de las epidemias rondando sobre sus cabezas.
Los vimos deambulando sobre sus derruidas casas sumidos en una profunda tristeza que llevaba sobre todo a las personas mayores a cuadros depresivos al constatar que habían perdido todo lo construido a lo largo de su vida. Es decir el gran (o pequeño) proyecto personal -para estos efectos no interesa el tamaño del mismo- se desvanecían por acción de la catástrofe natural.
Estos recuerdos los revivimos con el terremoto de Haití, un país cuyos indicadores económicos y sociales lo ubican bastante por debajo de la media, viendo ahora como se suma la epidemia del cólera, una enfermedad que tiene su caldo de cultivo en los condicionantes sociales de los pueblos.
Jack, amigo, somos solidarios con tu pueblo.
Hasta siempre!!!
Este país lo conocimos a través de Jack, un joven haitiano que vivía exiliado en Europa, quien nos narraba no sólo las paupérrimas condiciones vida de su pueblo sino la relación entre sus gobernantes y el pueblo.
En general, vivir fuera de su país hace que los jóvenes de diversas nacionalidades se junten periódicamente para traer al recuerdo sus historias; y dependerá entonces de la extracción social de ellos y su afinidad ideológica para saber sobre qué aspectos de la vida se haría énfasis en la conversación.
Este era el caso de los jóvenes latinoamericanos de aquella época, quienes hacíamos tertulia en las noches reunidos en algún café contando cosas de nuestros países. Jack hablaba francés (Natalie traducía).
Por eso, cuando los cables internacionales remecieron al mundo con la noticia del terremoto de Haití y a través de la televisión podíamos apreciar “en vivo y en directo” la tragedia de ese pueblo que perdía todo lo que en su pobreza crónica tenían y clamaban por comida y vivienda nos quedamos consternados sobre los efectos que en un futuro próximo tendría sus gentes.
Yo tenía la experiencia reciente del terremoto que afectó al sur chico de Perú, donde con los estudiantes de enfermería de la Universidad de San Marcos viajamos a Chincha para hacer in loco nuestra clase del curso de Epidemiología y pudimos ver con ellos lo horrible que es la destrucción de los hogares y sus consiguientes efectos económicos sociales. Se pierde la propiedad y también las fuentes de trabajo, pasando a depender casi exclusivamente de la ayuda externa para vivir en condiciones no apropiadas grupalmente en campamentos, comiendo en ollas comunes, con el fantasma de las epidemias rondando sobre sus cabezas.
Los vimos deambulando sobre sus derruidas casas sumidos en una profunda tristeza que llevaba sobre todo a las personas mayores a cuadros depresivos al constatar que habían perdido todo lo construido a lo largo de su vida. Es decir el gran (o pequeño) proyecto personal -para estos efectos no interesa el tamaño del mismo- se desvanecían por acción de la catástrofe natural.
Estos recuerdos los revivimos con el terremoto de Haití, un país cuyos indicadores económicos y sociales lo ubican bastante por debajo de la media, viendo ahora como se suma la epidemia del cólera, una enfermedad que tiene su caldo de cultivo en los condicionantes sociales de los pueblos.
Jack, amigo, somos solidarios con tu pueblo.
Hasta siempre!!!