sábado, 21 de agosto de 2021

APRENDIENDO EN CASA

Es un artículo de Ferrer Maizondo Saldaña, aparecido en Literatura Chinchana

Lo publicamos con su autorización.

APRENDIENDO EN CASA

La casa es la nueva escuela. La sala, el salón de clases. La mamá, de profesora. Todo está cambiando con la pandemia. En las mañanas, clases; durante las tardes, tareas; y, la noche, reporte de actividades que desarrolla el niño.

Tenemos que informar en detalles. Algunas veces es desesperante. Ocurrió con la última tarea que encargaron hace dos días a Marcos Antonio, mi menor hijo. Primer grado de Primaria. La profesora solicitó que fotografiara al niño, inflando un globo, para demostrar que participa de las clases virtuales.

¿Un globo? Dónde conseguir un globo en medio de la tercera semana de emergencia sanitaria, si por mi barrio solo atienden farmacias y panaderías.

Mientras mi esposa seguía apoyando al niño con las otras tares de matemática, comunicación, religión y robótica, me alisté para salir en búsqueda del globo. Olvidé del “Quédate en casa”, y la promesa que hice a mi madre y hermanos, que por ningún motivo saldría a la calle. Así haya terremoto. Ni me acordé del sobrepeso y los indicios de diabetes que me afectan. Con el apuro y los olvidos, antes de salir, tomé, para darme valor, una copa de pisco acholado, cepa chinchana. 

Con mascarilla, guantes, gorra, anteojos y un pequeño pomo con alcohol en el bolsillo, corrí hacia el mercado Las Flores de Breña, establecimiento más cercano. Encontré solo puestos de abarrotes, verdulería y frutas. Carnes, pollo y pescados.  Pregunté, volví a preguntar e insistí si alguien vendía globos. Recibí miradas fuertes y fijas. Miradas de sorpresa y temor. Nadie mantenía distancia. Todos compraban apurados, nerviosos y recelosos. Aceleré el paso, caminé unas cuadras más, hasta el supermercado.  Directo a la sección de librería. Donde antes había cuadernos, fólderes, papel, lápices y plumones, ahora estaba abarrotado de cervezas y papel higiénico.

Retorné a casa con la esperanza de encontrar en el camino una bodega de barrio que atendiera.  La mayoría cerradas. Pregunté en dos o tres de ellas, y tuve de respuesta un monótono y triste:

-  Se acabó, caserito. 

En las calles bulliciosas de antaño solo percibí señales de soledad, incertidumbre y miedo. Miradas de pánico. La gente caminaba como pisando el aire, llenas de desesperanza.

Al retornar con la mano vacía, mi esposa me llamó la atención.

- Te demoras un montón. Como siempre, no encuentras las cosas.

Felizmente se calmó. Ella no puede, ni debe renegar, su salud no le permite. Ordenó que vaya a lavarme la mano. Aquel día comprobé que se acabaron las palabras y tonos dulces.

Llamamos a la profesora. Respondió a la primera timbrada. Siempre atenta ella. Explicamos que no encontrábamos un globo en todo el barrio. Se le percibía nerviosa. Pidió, por favor, que tratemos de conseguir. Explicó también que está elaborando el informe pedagógico diario requerido por la UGEL, cuya matriz contiene actividades, tareas, logros, dificultades y productos.

Subí los cinco pisos del condominio donde residimos. Toqué la puerta de los sesenta vecinos. A todos, con las disculpas anticipadas, explicamos nuestro apuro. Nadie tenía un globo. Respondían asustados.  No faltó uno que otro vecino, que solo hizo un movimiento de negación con la cabeza a través de la ventana. 

Volvimos a llamar a la profesora. La sentí alterada al inicio. Segundos de pausa. Como si hubiese tomado aire o agua, pidió casi implorando que cumplamos con la tarea.

- Los de la UGEL están exigiendo que presente, antes de las seis de la tarde, la foto de todos mis alumnos, cogiendo un globo.

No encontrábamos globo. Cinco de la tarde. Mi hijo llorando. Todos nerviosos en casa. Hasta la mascota estaba erizada. Se me ocurrió ir al dormitorio, y sacar uno de los preservativos que tengo escondido en el cajón de la cómoda, pintarlo, inflarlo y que el niño se tome la foto.

Un suave golpe en la puerta del departamento me hizo desistir. Salí apresurado y me topé con una vecina que, sin hablar, escondiendo la cara, estiraba la mano alcanzando un globo. Casi la abrazo y beso a mi guapa vecina, el COVID-19, me contuvo. Cogí el globo con la punta de los dedos y lo introduje en el lavatorio que contiene agua con cloro. Sequé. Para mayor seguridad le eché alcohol.

Tomamos varias fotos al niño cogiendo el globo. Qué felicidad. Una foto con poco aire; otra, medianamente inflado; una final, acumulada de aire y a punto de explotar. Mientras mi hijo posaba tomándose la foto, yo imaginaba mil cosas. Desde que se reviente el globo antes de la foto o que no se pueda inflar porque salía aire por un orificio.

Concluida la sesión fotográfica, seleccionamos y enviamos vía wasap la que creíamos la mejor toma. La docente confirmó recepción con el emoticón del dedo gordo levantado. Nosotros contentos con la profesora porque además de dominar matemática y comunicación, enseña a soñar a los niños. Siempre sonriente. Alegre. Cariñosa. Creativa. Recibía a sus estudiantes con los brazos abiertos.  Una docente que entrega su tiempo, paciencia e ilusión. Me hace recordar a mis maestras Hipólita Cárdenas de Educación Inicial. A la caritativa y recta Zunilda Patiño. A la bondadosa y luchadora Romelia Altamirano

Eran las diez de la noche, estábamos con las noticias diarias de contagiados, muertos e incinerados. El noticiero es el único horario que respetamos; las comidas y los sueños han perdido horario. Los locutores repetían y volvía a repetir el drama de una familia que con mucho dolor velaban las cenizas de un familiar fallecido hace par de días. Parecía que los periodistas gozaban del dolor familiar. Un conocido periodista, de nariz hiperbólica, encargado de las noticias tristes y crueles de la mañana, estaba disfrutando en la noche con la tragedia humana. Los reflectores enfocaban una y otra vez a la humilde familia. Cuando estaban en pleno velorio, con el cofre de cenizas en la sala, con el corazón quebrado, llenos de lágrima, dolor y soledad, habían llegado los del Ministerio de Salud, preguntando por la viuda y todo ceremoniosos le dijeron que traían los restos de su valeros esposo.  Dos cofres de ceniza en la mesa de sala. No sabían ahora a quién velar y por quien llorar.

La noticia estaba en su mayor tensión, cuando timbró el celular. Era la profesora. Había un error en la foto, detectado por los especialistas de la UGEL. El globo debía ser de color verde, y no rojo como evidenciaba lo enviado. Verde, porque en el plan de recuperación de clases presentado por el colegio a la UGEL, el aula se identificaba con el color verde. En tal razón, debíamos tomar una nueva foto, con el globo del color solicitado.

- Pero, profesora, usted nos pidió solo una foto del niño inflando un globo. No había mayor detalle.

No entendíamos que pasaba. La profesora siempre motivada, creativa  y de constante apoyo emocional para los niños, solo  respondió:

- Sí, pero, los de la UGEL, dicen que no es válido. Tiene que ser un globo verde. No aceptan de otro color para que no se confundan con los niños de las otras aulas. 

Teníamos media hora para cumplir la tarea. El niño empezó a llorar, y, todo ansioso, solo atinó a decir:

- Tiene que ser como dice la miss. Ella me pone una carita feliz cuando yo cumplo mi tarea.

Miré el rostro de mi hijo y el mundo se acababa. Trate de calmarme. Otra copa de pisco, pisco puro, aroma inconfundible.

Pensar que a diario tenemos que apurarlo con sus tareas porque nosotros también necesitamos trabajar con la computadora. Y, cuando vuelvo a recordar lo que escuché ayer en plena clase, casi me da un infarto. La profesora había ordenado que durante la sesión de aprendizaje ningún niño se aleje de la pantalla. Eran órdenes del director del Colegio. El Padre Crispín, un español, formado en Alemania, monitoreaba la participación de todos los alumnos del colegio y, algún acto de indisciplina era motivo para convocar a los padres de familia. Pero, mayor es la necesidad biológica del niño. Mi hijo, sí, mi hijo, pidió permiso a su miss, para ir al servicio higiénico. ¡Estos niños! ¡Dios mío!

El tiempo ganaba. Mi esposa wasapeaba a una y otra, y otra más de sus amigas. Cuarenta mamás y muchos papás, en diferentes lugares, con el mismo apuro. No faltó una mamá que le dijo que recién se enteraba de la tarea. Estamos en días de cruel egoísmo. Sálvense quien pueda. Buscando a quien echar la culpa de las desgracias.

Salía en búsqueda de mi buena vecina, cuándo ingresó una nueva llamada de la profesora.

- Señores padres de familia, el especialista de la UGEL dice que tiene el encargo del especialista de la DRE que la foto tiene que ser no solo con el globo verde, sino también que el niño debe estar uniformado. Péinenlo bien, por favor. No demoren. La foto será enviada al Ministerio de Educación para confirmar que los niños están aprendiendo en casa.

 

Ferrer Maizondo Saldaña

huachosperu@gmail.com