sábado, 11 de febrero de 2023

A propósito del levanta duelo de Juan Gilberto Crisóstomo

El levanta duelo de Juan Gilberto

Fieles a la tradición, los deudos de nuestro buen amigo, el abogado chinchano Dr. Juan Gilberto Crisóstomo Munayco, quien falleciera la semana pasada, han programado para el día de hoy la ceremonia de “levanta duelo”.

Lamentablemente, por compromisos contraídos con anterioridad, no podré estar presente en este significativo acto de trascendental importancia para la familia.

Conocida la invitación por las redes sociales, traté de indagar sobre el origen histórico de esta tradición de la cual existe poca referencia y que ha venido perdiéndose en el tiempo.

Cómo se llevaba el duelo

Según se sabe por la tradición oral, los siete primeros días de duelo, además de los rezos diarios, la familia debía guardar ciertas reglas bastante rigurosas, que incluían restricciones para salir de casa, salvo cosas para cosas muy urgentes; tampoco se debería barrer en el domicilio del difunto. Este período terminaba con la “octava”, que significada que al octavo día se levantaba el duelo.

Los ocho días de rezo y el levanta duelo

El profesor chinchano José Luis Almeyda Tasayco ha escrito un libro cuyo título es “Chincha, Aquellos tiempos”, (2020) una obra extraordinaria que contiene tradiciones chinchanas, así como usos y costumbres de los pobladores de esta tierra generosa, benemérita a la patria.

En este libro, habla justamente de los ocho días de rezos, de la obligatoriedad de guardar luto, que incluía ciertas prohibiciones para los deudos, quienes no podían asistir a fiestas ni hacer celebraciones en el hogar durante todo un año.

Señala también que al octavo día debía celebrarse el “levanta duelo”. En tal consideración, se realizaba un rezo que bajaba el luto, debiendo el rezador recoger aquel manto negro que había permanecido colgado en la pared desde el primer día de los rezos, y que “una vez arriado y convenientemente envuelto, (el manto negro) se entregaba al deudo principal. Luego se cogía la imagen del Señor Crucificado, que había permanecido en una mesita especial, procediendo a pasarlo entre los asistentes para que besen el crucifijo, con los cual se concluía la parte ceremoniosa de los rezos que se habían prolongado durante ocho días”.

El duelo en el momento actual

Cierto es que con el paso del tiempo se produce cierta laxitud de estas rigurosidades, pero el estado mental de la familia en el tránsito por las etapas del trabajo de duelo se mantiene y requiere el apoyo de todo el entorno.

Justamente estos rezos diarios permitían mantener y fortalecer la unidad familiar ante la pérdida de uno de sus integrantes, porque en las circunstancias actuales vemos reacciones variadas, que pueden llegar al extremo de la reacción patológica frente a la pérdida de un familiar.

Referencia

Almeyda Tasayco José Luis (2000). Chincha, Aquellos tiempos. Grupo Editorial Arteidea. pp 86-93.

 

Callao, 11/02/2023




sábado, 31 de diciembre de 2022

La Fiesta del Carmen de Chincha (en mi recuerdo)

 La Fiesta del Carmen de Chincha (en mi recuerdo)

Los chinchanos sabemos que en los últimos días de diciembre se realiza en el distrito de El Carmen de nuestra provincia, una tradicional fiesta en homenaje, precisamente a la Virgen del Carmen. Esta actividad de profundo contenido religioso se remonta a la época colonial.

Según afirman los conocedores, la Virgen del Carmen es la imagen más venerada en el Perú después del Señor de los Milagros, lo cual hace propicia esta fecha para el reencuentro de carmelitanos procedentes de distintos lugares del Perú, que vuelven a su tierra natal a reencontrarse con familiares y amigos.

En la festividad de la Virgen del Carmen se juntan danzas, oraciones, alabanzas y cánticos de raíces negras donde participa todo el pueblo.

Algunos recuerdos de esta fecha

Estas noticias me traen a la memoria la época cuando cursaba estudios secundarios y debíamos atender ciertas actividades comerciales de esta celebración.

En aquella época mi padre tenía un emprendimiento que por sus características, involucraba a toda la familia en las actividades propias de esta actividad consistente en el comercio de vinos, cerveza y bebidas gaseosas a distintos lugares de la provincia, tales como Chincha Baja, Tambo de Mora y también El Carmen, con todos sus caseríos y centros poblados, a donde íbamos en un pequeño camión, saliendo a tempranas horas de la mañana y retornando cuando el cielo estaba oscureciendo.

La fiesta bailable

Además de las actividades religiosas, que eran la razón fundamental de esta fecha, había algunas otras que se desarrollaban a propósito. Una de estas era una gran fiesta social que se realizaba en un amplio local cerca de la plaza de armas, donde con asistencia masiva, se bailaba al ritmo de alguna orquesta capitalina de moda.

La fiesta era organizada cada año -recuerdo- por una misma persona, quien contrataba una orquesta de la capital. Nosotros nos convertíamos en proveedores de las bebidas, por lo cual con bastante anticipación debíamos preparar la logística para estar a la altura de una alta demanda.

En el local donde se realizaba la fiesta, no había refrigeradora, pero recordemos que la cerveza es de difícil aceptación cuando está caliente, máxime en la estación de verano, por lo cual se le prefiere algo helada. Para lograr este propósito, estas bebidas se colocaban en grandes tinas con abundante hielo, con lo cual se lograba el objetivo de tenerlas más o menos frescas.

Venta a consignación y la buena fe de las partes

Una de las cosas importantes que hasta ahora recuerdo, y que es uno de los motivos de este artículo, era que le dejábamos al organizador de la fiesta, todo “a consignación”, una modalidad de venta, en la cual solo se pagaba lo que se consumía, pero que curiosamente, no se pedía un dinero de garantía.

Se sacaba la cuenta al día siguiente de la reunión. Todo se confiaba en la buena fe de las partes. Cómo extrañamos aquellos tiempos, donde la palabra tenía un alto valor.

Lindo recuerdo de antaño, esta fiesta carmelitana.

 

Callao, diciembre 2022.

jueves, 21 de julio de 2022

Recuerdos de la hacienda San Regis

 Recuerdos de la hacienda San Regis

Literatura Chinchana, con la publicación de este artículo, me ha traído a la memoria aquellos años en que, acompañando a mi padre, Don Telmo Castro, íbamos por varios distritos de nuestra Chincha querida, siendo uno de estos el distrito carmelitano, que incluía las haciendas San José y San Regis.

Nosotros íbamos 2 veces a la semana en un camioncito llevando vino, cerveza y gaseosas a las diferentes tiendas o tambos de estos lugares. Salíamos de Chincha a las 7 de la mañana y retornábamos generalmente alrededor de las 10 de noche. Almorzábamos en el camino, en la casa de algunas personas que vendían almuerzo (como recuerdo mi plato de seco con frejoles “bien taipá”, o los escabeches de pescado bonito, por ejemplo); qué delicia, que con solo recordarlos al escribir estas notas, empiezo a salivar como se describe en el famoso “reflejo de Pavlov”.

La tienda de Roberto Sulay

De la hacienda San Regis, recuerdo la tienda de don Roberto Sulay, un asiático que se asentó en este lugar y como muchos de ellos, optaron por poner sus tiendas de abarrotes.

La tienda, era además lugar obligado de los jóvenes varones de esta zona, quienes se reunían para conversar, bromear, es decir para hacer vida social entre pares, porque a diferencia de la ciudad, no había otro lugar donde ir en las haciendas, entonces qué mejor lugar de reunión, que las tiendas de estos lugares.

Así, la tienda “del chino” era pues lugar obligado, además, la familia sabía dónde estaban, de manera que no había lugar para desconfianza.

Cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor

Eran mejores tiempos, porque en esas reuniones, los jóvenes a lo más paladeaban una botella de vino o alguna otra bebida, sin caer en excesos que los embriagara, pero nunca algún tipo de droga. Al cerrar la tienda, se dirigían en grupos hacia sus hogares.

Así eran las noches, en la recordada hacienda San Regis.

Callao, 21 de julio de 2022

jueves, 28 de abril de 2022

El profesor Gontrán Pachas de la Cruz en el recuerdo


Esta mañana, al tiempo que tomaba mi desayuno, empecé a revisar de manera rápida las redes sociales. La sorpresa la tuve al ver la publicación de LITERATURA CHINCHANA, página que nos deleita periódicamente con notas de importantes literatos de nuestra provincia.

Aparecía un cuento del profesor Gontrán Pachas de la Cruz, a quien tuve la satisfacción de tenerlo como docente del curso de literatura en el emblemático Colegio Nacional Pardo de nuestra Chincha querida.

Entonces vino a mi memoria aquellos gratos momentos de las clases con este ilustre profesor que nos orientaba a la lectura de clásicos como “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”.

Recuerdo asimismo que para sus clases preparaba algunas lecturas que las hacía en el histórico mimeógrafo, aquel medio de la época que permitía producir muchas copias de un texto, y que luego han sido remplazados por las fotocopias. Como diría nuestro decimista Nicomedes Santa Cruz “lindos recuerdos de antaño que mi corazón evoca”.

Copio para deleite de los lectores de este blog, el cuento escrito por el profesor Gontrán Pachas.

 

ALGO QUE PODRÍA SER UNA TRADICIÓN CHINCHANA

Gontrán Pachas de la Cruz

Llamar tradición a este relato que les voy a entregar, estimados lectores, sería un intento de elevarme a la altura de nuestro célebre escritor, inventor del género, don Ricardo Palma; y la modestia de mi novel pluma impide hacer tal desatino. De ahí el título que encabeza este escrito, cuyo contenido, como diría Cervantes, lo sabrá quién lo leyere, y que puede semejarse a un cuento, a una leyenda, o quién sabe a qué.

Pero, ya oigo que ustedes exclaman impacientes al concluir el párrafo precedente (si es que no se han aburrido antes). ¡A qué «tanto brinco cuando el suelo está parejo»! En efecto, creo que pude haber empezado sin tanto rodeo; mas ya que está hecho, como dijo Palma en su ¡«Consejo»! ¡A lo hecho, pecho! Y como ustedes bien lo saben, y en eso creo que estaremos de acuerdo: Más vale tarde que nunca.

Se trata de contarles algo de lo que cuenta la gente y que oí contar a la mamá de la mía, mejor dicho a mi abuela, a mi abuelita, como cariñosamente llamamos a esa viejecita que nos quiere y nos mima, aunque también nos regaña algunas veces.

Es uno de los tantos relatos de sobremesa que escuché en una noche alumbrada por la indecisa llama de un «chino» (nuestro candil).

Sucedió por aquellos tiempos en que ya no había techos de chocolate ni paredes de caramelo, pero aún campeaban los soles de plata y las libras de oro, y en las casonas de nuestras campiñas se los aguardaban en botijas enterradas. Eran esos tiempos en que las calles de nuestra provincia tenían sus veredas de madera y se alumbraban con farolitos. Cosa frecuente era en los tiempos a que nos referimos ver salir de una casa antigua de la calle Junín, o de la calle Derecha, a las 6 de la tarde o después, un chancho o un chivo que asustaba a la gente y que cuando iban a cogerlo desaparecía; mas si alguien ubicaba el lugar donde desaparecía, podía considerarse un afortunado, pues era seguro y requeteseguro que allí había un entierro. Era don Emeterio «X», un cholo de esos que tenían una falquita y se manejaba su «agua». Orgulloso de que le llamasen «patrón», se caracterizaba por la puntualidad en el pago de la semana a cada uno de sus peones, porque no era «duro», sino dadivoso, sobre todo en Pascua, Año Nuevo y 28 de Julio; pues él podía andar sin zapatos y con poncho sin que eso significase que no era buen cristiano y patriota.

La tal falca estaba perdida entre unos platanales y cañaverales, y no había duda, había que amarrarse bien los pantalones para vivir solo en lugar tan solitario. Nuestro personaje debía tenerlos bien amarrados, pues era solterón; toda su compañía eran cinco perros lanudos, enormes y negros, y la casa bien podía albergar un ejército.

Costumbre se había hecho que en las tardes sabatinas, después del pago, ño Emeterio agasajara a su peonada con unas cuantas copas de vino para afirmar la camaradería. Pero eso sí, ni minuto más ni minutos menos, tocando las 6 de la tarde, tutilimundi a su casa y la bodega en miniatura que es una falca quedaba solitaria. Cualquier caminante que hubiera pasado hasta las 12 de la noche habría podido ver a ño Emeterio sentado en la puerta de su falca, fumando los cigarrillos unos tras otros; mas como solo los «valientes» andaban en horas de la noche por esos caminos donde era común toparse con un buey atravesando o con la «viuda», nadie, o muy pocos, certificaban este hecho.

¿Qué esperaría allí el patrón? Y ¿qué guardaría en un cuarto grande donde ningún peón nunca había entrado? Todos se preguntaban lo mismo y nadie se respondía.

Un día, ese gusanillo que llamamos curiosidad le picó a uno de los peones, quien haciéndose el mareado logró quedarse después de las 6 de la tarde.

Oculto tras una ruma de canastas de vendimia oyó sonar la hora esperada. El viejo reloj de pared soltó doce sordas campanadas y casi simultáneamente el ruido de una cabalgata que se acerca sobresaltó a nuestro curioso amigo. Llegó el tropel, rechinaron las enmohecidas bisagras, se abrieron los portones como por obra de magia y entraron a la bodega una piara de trece mulas, cada una con dos bolsas; se dirigieron al misterioso cuarto secreto y solas descargaron el contenido de las bolsas, dejando oír un ruido metálico.

La curiosidad de nuestro curioso impertinente no dio por satisfecho y quiso conocer al arriero que tan amenamente charlaba con el patrón. La desmesura de su curiosidad le costó 3 meses de cama al cuidado constante de tres rezadores que luchaban por traer a su espíritu ahuyentado. Lo único que recordaba era a un extraño personaje que en vez de uñas tenía enormes garras y cuya barba espesa y larga contrastaba con la cortedad de su estatura. Luego… ¡Dios, y solo Él, sabe cómo salió de la falca y cómo llegó a su casa!

¿Quién era tan extraño personaje? Se dice, óiganlo bien, así en forma impersonal, se dice, que era el ángel más querido de Dios y que por soberbia fue desterrado del paraíso.

Ya saben de quién se trata. ¿Acaso no escuchamos su socarrona risa en uno de esos discos de aires tropicales?

En cuanto al final de ño Emeterio (conste que les digo y cuento lo que se dice y se cuenta) su cadáver desapareció misteriosamente al apagarse las velas durante el velorio. Y para evitar habladurías de los lengualargas que en todo sitio no faltan, sus parientes llenaron el ataúd con troncos de plátano.

Había vendido su alma a Luzbel.

Y, por ahora, como más no se ha dicho de esto, nada agrego al respecto.

sábado, 21 de agosto de 2021

APRENDIENDO EN CASA

Es un artículo de Ferrer Maizondo Saldaña, aparecido en Literatura Chinchana

Lo publicamos con su autorización.

APRENDIENDO EN CASA

La casa es la nueva escuela. La sala, el salón de clases. La mamá, de profesora. Todo está cambiando con la pandemia. En las mañanas, clases; durante las tardes, tareas; y, la noche, reporte de actividades que desarrolla el niño.

Tenemos que informar en detalles. Algunas veces es desesperante. Ocurrió con la última tarea que encargaron hace dos días a Marcos Antonio, mi menor hijo. Primer grado de Primaria. La profesora solicitó que fotografiara al niño, inflando un globo, para demostrar que participa de las clases virtuales.

¿Un globo? Dónde conseguir un globo en medio de la tercera semana de emergencia sanitaria, si por mi barrio solo atienden farmacias y panaderías.

Mientras mi esposa seguía apoyando al niño con las otras tares de matemática, comunicación, religión y robótica, me alisté para salir en búsqueda del globo. Olvidé del “Quédate en casa”, y la promesa que hice a mi madre y hermanos, que por ningún motivo saldría a la calle. Así haya terremoto. Ni me acordé del sobrepeso y los indicios de diabetes que me afectan. Con el apuro y los olvidos, antes de salir, tomé, para darme valor, una copa de pisco acholado, cepa chinchana. 

Con mascarilla, guantes, gorra, anteojos y un pequeño pomo con alcohol en el bolsillo, corrí hacia el mercado Las Flores de Breña, establecimiento más cercano. Encontré solo puestos de abarrotes, verdulería y frutas. Carnes, pollo y pescados.  Pregunté, volví a preguntar e insistí si alguien vendía globos. Recibí miradas fuertes y fijas. Miradas de sorpresa y temor. Nadie mantenía distancia. Todos compraban apurados, nerviosos y recelosos. Aceleré el paso, caminé unas cuadras más, hasta el supermercado.  Directo a la sección de librería. Donde antes había cuadernos, fólderes, papel, lápices y plumones, ahora estaba abarrotado de cervezas y papel higiénico.

Retorné a casa con la esperanza de encontrar en el camino una bodega de barrio que atendiera.  La mayoría cerradas. Pregunté en dos o tres de ellas, y tuve de respuesta un monótono y triste:

-  Se acabó, caserito. 

En las calles bulliciosas de antaño solo percibí señales de soledad, incertidumbre y miedo. Miradas de pánico. La gente caminaba como pisando el aire, llenas de desesperanza.

Al retornar con la mano vacía, mi esposa me llamó la atención.

- Te demoras un montón. Como siempre, no encuentras las cosas.

Felizmente se calmó. Ella no puede, ni debe renegar, su salud no le permite. Ordenó que vaya a lavarme la mano. Aquel día comprobé que se acabaron las palabras y tonos dulces.

Llamamos a la profesora. Respondió a la primera timbrada. Siempre atenta ella. Explicamos que no encontrábamos un globo en todo el barrio. Se le percibía nerviosa. Pidió, por favor, que tratemos de conseguir. Explicó también que está elaborando el informe pedagógico diario requerido por la UGEL, cuya matriz contiene actividades, tareas, logros, dificultades y productos.

Subí los cinco pisos del condominio donde residimos. Toqué la puerta de los sesenta vecinos. A todos, con las disculpas anticipadas, explicamos nuestro apuro. Nadie tenía un globo. Respondían asustados.  No faltó uno que otro vecino, que solo hizo un movimiento de negación con la cabeza a través de la ventana. 

Volvimos a llamar a la profesora. La sentí alterada al inicio. Segundos de pausa. Como si hubiese tomado aire o agua, pidió casi implorando que cumplamos con la tarea.

- Los de la UGEL están exigiendo que presente, antes de las seis de la tarde, la foto de todos mis alumnos, cogiendo un globo.

No encontrábamos globo. Cinco de la tarde. Mi hijo llorando. Todos nerviosos en casa. Hasta la mascota estaba erizada. Se me ocurrió ir al dormitorio, y sacar uno de los preservativos que tengo escondido en el cajón de la cómoda, pintarlo, inflarlo y que el niño se tome la foto.

Un suave golpe en la puerta del departamento me hizo desistir. Salí apresurado y me topé con una vecina que, sin hablar, escondiendo la cara, estiraba la mano alcanzando un globo. Casi la abrazo y beso a mi guapa vecina, el COVID-19, me contuvo. Cogí el globo con la punta de los dedos y lo introduje en el lavatorio que contiene agua con cloro. Sequé. Para mayor seguridad le eché alcohol.

Tomamos varias fotos al niño cogiendo el globo. Qué felicidad. Una foto con poco aire; otra, medianamente inflado; una final, acumulada de aire y a punto de explotar. Mientras mi hijo posaba tomándose la foto, yo imaginaba mil cosas. Desde que se reviente el globo antes de la foto o que no se pueda inflar porque salía aire por un orificio.

Concluida la sesión fotográfica, seleccionamos y enviamos vía wasap la que creíamos la mejor toma. La docente confirmó recepción con el emoticón del dedo gordo levantado. Nosotros contentos con la profesora porque además de dominar matemática y comunicación, enseña a soñar a los niños. Siempre sonriente. Alegre. Cariñosa. Creativa. Recibía a sus estudiantes con los brazos abiertos.  Una docente que entrega su tiempo, paciencia e ilusión. Me hace recordar a mis maestras Hipólita Cárdenas de Educación Inicial. A la caritativa y recta Zunilda Patiño. A la bondadosa y luchadora Romelia Altamirano

Eran las diez de la noche, estábamos con las noticias diarias de contagiados, muertos e incinerados. El noticiero es el único horario que respetamos; las comidas y los sueños han perdido horario. Los locutores repetían y volvía a repetir el drama de una familia que con mucho dolor velaban las cenizas de un familiar fallecido hace par de días. Parecía que los periodistas gozaban del dolor familiar. Un conocido periodista, de nariz hiperbólica, encargado de las noticias tristes y crueles de la mañana, estaba disfrutando en la noche con la tragedia humana. Los reflectores enfocaban una y otra vez a la humilde familia. Cuando estaban en pleno velorio, con el cofre de cenizas en la sala, con el corazón quebrado, llenos de lágrima, dolor y soledad, habían llegado los del Ministerio de Salud, preguntando por la viuda y todo ceremoniosos le dijeron que traían los restos de su valeros esposo.  Dos cofres de ceniza en la mesa de sala. No sabían ahora a quién velar y por quien llorar.

La noticia estaba en su mayor tensión, cuando timbró el celular. Era la profesora. Había un error en la foto, detectado por los especialistas de la UGEL. El globo debía ser de color verde, y no rojo como evidenciaba lo enviado. Verde, porque en el plan de recuperación de clases presentado por el colegio a la UGEL, el aula se identificaba con el color verde. En tal razón, debíamos tomar una nueva foto, con el globo del color solicitado.

- Pero, profesora, usted nos pidió solo una foto del niño inflando un globo. No había mayor detalle.

No entendíamos que pasaba. La profesora siempre motivada, creativa  y de constante apoyo emocional para los niños, solo  respondió:

- Sí, pero, los de la UGEL, dicen que no es válido. Tiene que ser un globo verde. No aceptan de otro color para que no se confundan con los niños de las otras aulas. 

Teníamos media hora para cumplir la tarea. El niño empezó a llorar, y, todo ansioso, solo atinó a decir:

- Tiene que ser como dice la miss. Ella me pone una carita feliz cuando yo cumplo mi tarea.

Miré el rostro de mi hijo y el mundo se acababa. Trate de calmarme. Otra copa de pisco, pisco puro, aroma inconfundible.

Pensar que a diario tenemos que apurarlo con sus tareas porque nosotros también necesitamos trabajar con la computadora. Y, cuando vuelvo a recordar lo que escuché ayer en plena clase, casi me da un infarto. La profesora había ordenado que durante la sesión de aprendizaje ningún niño se aleje de la pantalla. Eran órdenes del director del Colegio. El Padre Crispín, un español, formado en Alemania, monitoreaba la participación de todos los alumnos del colegio y, algún acto de indisciplina era motivo para convocar a los padres de familia. Pero, mayor es la necesidad biológica del niño. Mi hijo, sí, mi hijo, pidió permiso a su miss, para ir al servicio higiénico. ¡Estos niños! ¡Dios mío!

El tiempo ganaba. Mi esposa wasapeaba a una y otra, y otra más de sus amigas. Cuarenta mamás y muchos papás, en diferentes lugares, con el mismo apuro. No faltó una mamá que le dijo que recién se enteraba de la tarea. Estamos en días de cruel egoísmo. Sálvense quien pueda. Buscando a quien echar la culpa de las desgracias.

Salía en búsqueda de mi buena vecina, cuándo ingresó una nueva llamada de la profesora.

- Señores padres de familia, el especialista de la UGEL dice que tiene el encargo del especialista de la DRE que la foto tiene que ser no solo con el globo verde, sino también que el niño debe estar uniformado. Péinenlo bien, por favor. No demoren. La foto será enviada al Ministerio de Educación para confirmar que los niños están aprendiendo en casa.

 

Ferrer Maizondo Saldaña

huachosperu@gmail.com

jueves, 29 de octubre de 2020

"MI Pueblo", de Carola Bermúdez de Castro

En el 152° Aniversario de Chincha, quiero permitirme colocar el poema MI PUEBLO de Carola Bermúdez de Castro (Chincha, 1906-Lima, 1962), publicado en Literatura Chinchana por Víctor Salazar Yerén.

MI PUEBLO
Carola Bermúdez de Castro (Chincha, 1906-Lima, 1962)

Yo soy de allá, de un pueblo silencioso y callado,
que sueña con la vida y se embriaga de Sol; y que en las tardes, cuando el trabajo ha cesado, se extiende cara al suelo teñido de arrebol.

Un Inca, enamorado, le dejó su tristeza;
y el silencio es herencia de un Conquistador
que hasta él llegó un día portando en su cabeza
anhelos de victorias y sombras de dolor.
Tiene la suave gracia de dulce campesina,
olor de hierba buena, de vino y algodón; y en sus calles, a veces, o en la cruz de una esquina
se aburre el pobre cholo vendedor de turrón.
Los asnos pensativos, trotan por los caminos
arrastrando la chala del dorado maíz, y las chozas, acequias, eucaliptus y pinos
le dan a la campiña su variado matiz.

Hay en todo una calma de dolor que suspira
yo no sé por qué sueño imposible y lejano. ¿O es el Inca que vuelve a través de mi lira
rompiendo los misterios terribles del arcano?

Chincha se llama el pueblo que mi cuna meciera
con su suave tristeza y su mudo dolor;
por eso es que en silencio yo voy, a mi manera,
luchando por la Gloria, como un Conquistador.

En La sinfonía inconclusa (2014)





jueves, 2 de abril de 2020

YO SOY EL ABOGADO


El día 2 de abril se conmemora en nuestra patria el "Día del abogado”

Por este motivo, el abogado chinchano Dr. Lauro Muñoz Garay ha colocado en su muro del facebook el poema “Yo soy el Abogado” fue escrito por el jurista argentino Horacio Alberto Vero.

YO SOY EL ABOGADO

El que todas las mañanas va recorriendo juzgados
y que anda a los apurones por ese escrito con cargo.
El que soporta la espera, el que se banca los paros,
y debe poner la cara justificando el atraso.

El que abre el escritorio y sale a ganarse el mango,
porque se vienen las cuentas y todo sigue a despacho.
El que no tiene licencias, ni salarios, ni aguinaldo,
y debe pelearla duro, porque se cobra salteado.

Yo soy el abogado.
Muchas veces de pleitero, injustamente acusado.
Al que todos lo consultan cuando se ven apurados
en la calle, en el cine, y en la cola del mercado,
y al que nadie le pregunta: ¿Doctor, se le debe algo?

Yo soy el abogado.
El que tantas veces pone su paciencia de artesano
para llegar al final con deudor insolventado.
El de cédulas y oficios, a pulmón diligenciados.
El que debe tolerar el sistema colapsado,
las nuevas disposiciones de Rentas y de Catastro,
los timbrados del Registro y el humor del funcionario.

Yo soy el abogado.
El que hace de estratega, de confesor, y de malo,
de mediador y de amigo, de psicólogo y de hermano.
El que sale a cara o cruz, con niebla o lluvia viajando,
porque justo le fijaron una audiencia bien temprano.

El que se muerde los labios porque el testigo ha faltado.
El que sufre taquicardia mientras va leyendo el fallo.
Del mostrador, para acá. Del pasillo, quede claro.
El que recorre Juzgados, durante meses y años.

A mucha honra señor, yo soy el abogado.